Lágrimas dulces de restitución

Lágrimas dulces de restitución

Lágrimas dulces de restitución

Toda mi vida sentí el peso del rechazo. Desde los seis años, cuando mis padres se separaron, algo cambió profundamente en mi relación con mi papá. Al principio, él era todo para mí, pero después lo sentí tan lejano. Crecí con esa ausencia y, con el tiempo, también experimenté el rechazo de mis tías y de gran parte de mi familia. Luché tanto con esa soledad, con el vacío que me dejó, y sufrí por años esa herida que nunca pareció sanar. Hoy tengo 41 años, y ese dolor ha sido parte de mi historia.

Hace poco me enteré de que mi papá enfrenta un cáncer terminal. Y ayer ocurrió algo que nunca en mi vida había sucedido. Una de mis tías me llamó. Me dijo que era un encargo de mi papá. Él pidió que me agregaran al chat de la familia. Algo tan sencillo, pero para mí fue monumental. Nunca me habían invitado a nada. Nunca. En ese momento, no lo procesé del todo, pero al reflexionar me di cuenta de lo que realmente significaba: era como si mi papá me estuviera diciendo: Hija, te amo, no te quiero dejar sola.

Este tiempo ha sido un proceso de transformación para mí. Conocer al Señor ha cambiado todo en mi vida: me ha permitido conocerme mejor, conocer a mi hija y enfrentar estos momentos con otra perspectiva. Y mientras pensaba en lo que pasó, vino a mi mente la historia de Mefi-boset. Solo alguien que ha estado exiliado, botado en el piso, apartado y olvidado puede entender el poder de la restitución.

No fue cualquier persona quien me invitó a esa “mesa”. Fue el rey. Fue mi papá quien dio la orden de que me agregaran al grupo familiar. Y ese gesto conmovió profundamente mi corazón.

Por primera vez en mi vida, lloré con lágrimas dulces. Lágrimas de agradecimiento, de sanidad y de amor. Estas lágrimas tienen un significado especial, porque en momentos de profunda emoción, el cuerpo puede liberar sustancias como endorfinas y hormonas que alteran incluso el sabor de las lágrimas. Pero más allá de la química, creo que estas lágrimas dulces simbolizan algo mucho más profundo. Siento que son una manera en la que el Señor me está mostrando Su amor y Su presencia en medio del dolor.

Es como si Él estuviera susurrándome: Estoy contigo. Te veo. Sé cuánto has sufrido, pero estoy trayendo consuelo a tu alma. Esas lágrimas dulces son un recordatorio de que, aunque este momento es difícil, Su gracia me envuelve, me fortalece y me sostiene.

Clamé al Señor por la vida de mi papá, pero también lo entregué en Sus manos, confiando en Su plan perfecto. Y en medio de todo, solo podía darle gracias a Dios. Gracias porque Su amor transforma el dolor en esperanza, el rechazo en aceptación, y la ausencia en presencia.

Hoy exalto Su nombre, porque Él es fiel y Su propósito siempre es perfecto. Estas lágrimas dulces no solo son de restitución, sino también de gratitud. Porque mi Padre celestial siempre ha estado ahí, recordándome que nunca he estado sola.

Gracias, Señor.

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